La historia de Egipto es tan larga, rica y variada como la de pocos países en el mundo. Y para suerte de los no egipcios, disfrutar de su legado ha sido posible en todas las épocas. De hecho, se suele considerar a Egipto como el primer destino turístico de la humanidad, con Heródoto como primer turista de todos los tiempos: en el siglo V a.C, este filósofo griego dejó escrito que “en ningún otro lugar hay tantos prodigios ni se pueden ver tantas obras de grandeza indescriptible”.
En esta página te contamos una historia de Egipto resumida para despertar tu interés y, si te lo propones, cerrar el círculo trazado por Heródoto: tú puedes ser el próximo turista en admirar los “prodigios” y las “grandezas” de aquella civilización antigua y de quienes vinieron después. ¡Nuestra agencia te ayudará a planificar tu viaje en profundidad para no perder detalle!
Lo que hoy es el extremo nororiental del desierto del Sahara, hace varias decenas de miles de años era una exuberante sabana llena de vegetación y lagos. Así lo reflejaron los grabados prehistóricos de la meseta montañosa de Gilf Kebir, cerca de la frontera con Libia. Allí, en los años 30 del pasado siglo, se descubrieron dibujos esquemáticos con una antigüedad de unos 10.000 años. Fueron realizados por pueblos bosquimanos que, además de mostrar animales propios de aquel hábitat (gacelas, avestruces, jirafas, etc.) también representaron a figuras humanas nadando (Cueva de los Nadadores), una actividad hoy impensable aquí. ¡La costa más cercana está a más de 600 km de distancia!
Pero esta exuberante sabana se secó hasta convertirse en el mayor desierto cálido del mundo. Y los bosquimanos de la zona, que se dedicaban a la caza y a la recolección de alimentos, tuvieron que replegarse hacia el Nilo o hacia los diferentes oasis de este vasto territorio. Allí pudieron encontrar un entorno propicio para la agricultura, protagonizando así el periodo neolítico de la historia de Egipto.
Por tanto, este gran río está en el origen mismo de la civilización egipcia, cuyos miembros también aprovecharon su cauce para practicar la pesca. Además, estos pueblos tenían grandes habilidades para elaborar tejidos y cerámicas de calidad. Y se organizaron ya desde el principio en nomos, con dos entidades geográficas definidas: el Alto y el Bajo Egipto, distinción que se mantuvo durante todos los periodos de la historia de Egipto y que aún hoy se sigue empleando en buena medida.
Hasta el 3100 a.C aproximadamente, las benignas condiciones del terreno (las crecidas del Nilo se producían de manera periódica y el Delta lo formaban siete ramas de este río) y el avanzado grado de desarrollo de la sociedad egipcia propició el surgimiento de una de las civilizaciones más fascinantes de la Historia de la Humanidad, que aún hoy sigue cautivando al mundo entero por sus logros… y sus misterios: el Antiguo Egipto. Además, los hostiles y vastos desiertos situados a cada lado del Nilo representaban una muralla natural infranqueable por enemigos exteriores, lo que supuso su mejor sistema defensivo. Son los llamados periodos predinástico y protodinástico, germen de lo que vino después.
Pero el punto de inflexión para la historia de Egipto lo llevó a cabo el rey Narmer, del que apenas se tiene información, salvo la importantísima Paleta del Rey Narmer conservada en el Museo Egipcio de El Cairo. Esta placa de pizarra grabada muestra una escena distinta en cada cara: en una se presenta al rey con la corona del Bajo Egipto, y en la otra, con la del Alto Egipto. Por tanto, la interpretación no deja lugar a las dudas: fue el artífice de la primera unificación del país, recayendo en su cabeza las dos coronas.
Tras el pistoletazo de salida del rey Narmer, que se asocia con el mítico Menes, comienza verdaderamente la historia del Egipto Antiguo, que los expertos han coincidido en presentar de la siguiente manera: tres periodos de esplendor, intercalados por periodos de crisis y declive. Y contando desde Narmer, se ha confeccionado una lista de una treintena de dinastías, basándose en diferentes hallazgos arqueológicos.
Este es el esquema básico de este periodo de la historia de Egipto, con sus fechas de referencia o aproximadas. También puedes consultar aquí la cronología de dinastías y épocas:
Este primer gran periodo de la historia del Egipto Antiguo va desde la unificación de Narmer en el 3.100 a.C aproximadamente hasta el final del reinado de Pepy II, en torno al 2181 a.C. Abarca desde la dinastía I hasta la dinastía VI. Por tanto, en este periodo se incluye el Periodo Arcaico, que vino a culminar la unificación de Narmer y engloba las dos primeras dinastías. La capital termina por establecerse en Menfis, un punto estratégico donde confluían el Bajo Egipto y el Alto Egipto, ideal para el control de ambos territorios.
Uno de los elementos más destacados de este periodo fue la construcción de grandes pirámides funerarias. Eso ha hecho que muchos se refieran a este periodo de la historia de Egipto como la ‘era de las Pirámides’. La primera fue la pirámide escalonada de Saqqara, recinto funerario del rey Zoser, a la que siguieron más de una veintena, siendo las más famosas y perfectas las de Giza, dedicadas a los faraones Keops, Kefrén y Micerinos.
La construcción de las pirámides no era una decisión tomada al azar: indica la divinización absoluta del faraón y hace suponer un poder fuertemente centralizado en él, capaz de aglutinar en torno a su figura a miles de trabajadores para la construcción de estos recintos funerarios, así como otros proyectos arquitectónicos tremendamente avanzados para la época.
Pero desde los últimos años del reinado de Pepy II (a partir del 2190 a.C) se consuma el declive del Imperio Antiguo, pues los gobernadores regionales de los nomos (nomarcas) amplían su poder e influencia, desembocando en un periodo de descentralización y desplazando el poder a ciudades como Heracleópolis y Tebas. Este periodo de la historia de Egipto abarca desde la dinastía VII hasta la dinastía XI (2055 a.C), una época que, pese a todo, fue de florecimiento literario.
El Imperio Medio es un periodo relativamente corto de la historia de Egipto, pues va ‘sólo’ desde el 2050 a.C hasta el 1750 a.C, aproximadamente. Es decir, desde el final de la dinastía XII hasta la dinastía XIV. En este periodo, Mentuhotep II es el gran artífice de una nueva reunificación, esta vez con Tebas como ciudad hegemónica y consolidando el centro del poder en el Alto Egipto.
Es una época de prosperidad económica, ejemplificada en proyectos complejos y ambiciosos como el sistema de irrigación del oasis del Fayum. También se produce un cierto cambio de creencias: el culto al dios Amón es ahora el más importante, desplazando a otros más populares con anterioridad, como Montu, Osiris y Horus.
El final de este periodo de la historia de Egipto lo provocan los hicsos de Oriente Próximo y los libios, primero en oleadas migratorias (hacia el 1800 a.C) y posteriormente a través de la invasión militar de prácticamente todo el territorio egipcio, gracias al empleo de técnicas de batalla más sofisticadas. Los gobernantes hicsos, que gobernaron desde Avaris, en el Delta del Nilo, conformaron las dinastías XV y XVI, pero dirigentes egipcios de Tebas (dinastía XVII, que sólo gobernaba en esta ciudad) promulgaron una suerte de guerra de liberación, que vencieron en torno al 1550 a.C, dando por finalizada la dominación extranjera de los hicsos.
Con la dinastía XVIII, a partir de 1550 a.C aproximadamente, comienza el último y gran periodo de la historia del Egipto Antiguo: el Imperio Nuevo. Se prolonga hasta la dinastía XX y es la época dorada de los faraones, que en esta etapa actúan como auténticos comandantes guerreros. Tebas es de nuevo la capital, así como el centro religioso y funerario, salvo el paréntesis que supuso el traslado de la capital a Akhetaton (Amarna) bajo el reinado de Amenofis IV (también conocido Amenhotep IV o Akhenaton) y con el apoyo de la famosa reina Nefertiti.
Este vigor militar propició una gran expansión exterior, llegando hasta el Éufrates por el este y dominando la Alta Nubia por el sur. Pero también garantizó una sólida defensa del territorio frente a la presión hitita (batalla de Qadesh), con periodos intercalados de relativa paz. Es en esta época en la que se encuadran algunos de los faraones más famosos de la historia del Egipto Antiguo, como Ramsés II, Nefertari, Tutmosis III o Tutankhamon.
El dios más adorado es ahora Amón-Ra, (a excepción del periodo de Amenofis IV, que promovió el culto a la deidad solar Atón), a quien se dedican algunos de los templos más espectaculares de todo el Antiguo Egipto, como el de Karnak, en Tebas (hoy junto a Luxor) o los de Abu Simbel en la Baja Nubia. Pero la riqueza de este periodo se aprecia también en las espectaculares tumbas y tesoros reales, como las que ofrece el Valle de los Reyes, también en Tebas.
El final de este periodo de la historia de Egipto (hacia el 1070 a.C), tuvo como culpables a los enemigos extranjeros que hostigaron y socavaron los terrenos fronterizos de Egipto (beduinos libios por el oeste, los piratas de los ‘pueblos del mar’ en el Mediterráneo y los asirios e hititas por el noreste). Egipto era un país demasiado atractivo para las incipientes potencias extranjeras, que pusieron sus ojos en el Delta y en el valle del Nilo en los siglos sucesivos. Pero también se explica con razones internas, como la corrupción real y la inestabilidad social.
Y el resultado es el Tercer Periodo Intermedio, una época con diferentes centros de poder: unas dinastías en el Bajo Egipto (de origen libio en algunos casos), que gobiernan desde Tanis, y otras en el Alto Egipto, gobernando desde Tebas. Son las dinastías XXI, XXII, XXIII y XXIV (desde el 1069 a.C hasta el 747 a.C, aproximadamente), que llegan a solaparse entre sí. También se suele encuadrar en el Tercer Periodo Intermedio a la dinastía XXV, de procedencia cusita (Kush, Nubia), que conquistaron el país desde más allá de las cataratas del Nilo, pero fueron obligados a replegarse por parte de la gran potencia del momento: los asirios.
Al Tercer Periodo Intermedio no le siguió otro de gran esplendor, como en los anteriores etapas de la historia de Egipto. Al contrario, el país se mantuvo directa o indirectamente a merced de dominadores extranjeros, en lo que se llamó la Baja Época o Periodo Tardío.
El periodo se inicia, en cambio, con la excepción que supuso la dinastía XXVI, la última de carácter netamente local en la historia de Egipto, que recuperó temporalmente el poder para los egipcios y trató de unificar el territorio con Sais como capital (de ahí el nombre de dinastía Saíta).
Pero lo habitual era que la administración recayera en vasallos controlados por estos gobernadores foráneos, dando mayor importancia al Delta por su capacidad agrícola. El Alto Egipto quedaba en un segundo plano al Alto Egipto, motivando a menudo revueltas sociales y un clima constante de inestabilidad, con alguna victoria local que garantizaba cierta autonomía. Y en el plano religioso, algunas divinidades egipcias se asimilaron a otras deidades foráneas, denotando así una cierta asimilación o subordinación cultural.
En el año 332 a.C irrumpe en el panorama egipcio una de las personalidades más trascendentales para el mundo antiguo y también de la historia de Egipto: Alejando Magno. En aquel entonces, el país estaba sometido por el imperio persa, que encajó importantes derrotas en sus enfrentamientos con los ejércitos de este militar heleno. Por ello, a su llegada a Egipto fue recibido como un salvador y proclamado Faraón, cargo que compaginó con otros como Rey de Macedonia, Hegemón de Grecia, Rey de Asia y Gran Rey de Media y Persia.
Alejandro Magno permaneció poco tiempo en suelo egipcio, pero fue suficiente para consultar el oráculo de Amón en Siwa y fundar Alejandría a orillas del Mediterráneo. Murió en Babilonia en el 323 a.C, pero el país mantuvo vivo su legado por medio de Ptolomeo de Lagos, general y amigo de la infancia, que fundó la dinastía Ptolemaica (o Lágida), protagonizando un periodo de la historia de Egipto que se prolongó durante más de tres siglos.
Sus sucesores convirtieron Alejandría en la ciudad principal, situando a Egipto en la órbita del mundo mediterráneo, aunque también supieron desarrollar una política de continuismo con las formas del Antiguo Egipto: adoptaron sus vestimentas, sus estilos artísticos, sus estructuras de gobierno y sus tradiciones religiosas. Además, emprendieron un gran plan para la rehabilitación de antiguos templos y para la construcción de otros nuevos. De hecho, algunos de los templos mejor conservados en el país son de aquella época, como los de Dendera, Edfu o Kom Ombo, que forman parte de nuestros circuitos por el Nilo.
Pero las intrigas internas fueron debilitando a la dinastía ptolemaica, que tuvo su epílogo final con Cleopatra VII Thea Filópator. Este personaje, que ha generado chorros de tinta e incontables horas de cine, se puede considerar también el nexo de unión entre este periodo de la historia de Egipto y el siguiente: el romano.
Cuando Ptolomeo XII nombró coherederos a sus hijos Cleopatra VII y Ptolomeo XIII (mediados del siglo I a.C), Egipto ya estaba en la órbita romana. Y lo estuvo aún más cuando esta reina, en su lucha por el trono contra su hermano, cayó en los brazos (literalmente) de Julio César, a la postre dictador de Roma, que le ayudó en este empeño y le dio un hijo: Cesarión.
Tras el asesinato de Julio César en Roma, la astuta Cleopatra no dudó en mantener una política exterior y amorosa similar para mantenerse en el trono, casándose con uno de los nuevos hombres fuertes de Roma, Marco Antonio, con quien tuvo dos nuevos hijos. Pero Octavio (u Octaviano, posteriormente Octavio Augusto o sólo Augusto) trató de acaparar para sí todo el poder que en su momento ostentó Julio César, de quien era sobrino-nieto político.
Y lo consiguió, no sin derramamiento de sangre: le había declarado la guerra a Marco Antonio y Cleopatra, a quienes ganó en la batalla de Actium (31 a.C), en territorio griego. La pareja, más tarde, acabó suicidándose, ésta última tras usar en vano sus encantos con Octavio, quien ordenó matar a Cesarión para terminar definitivamente con el poder ptolemaico.
Se abrió, por tanto, un periodo nuevo de la historia de Egipto, bajo dominio romano, convirtiéndose en una provincia de este Imperio, que no le prestó demasiada atención. Utilizaron el Delta y el valle del Nilo como granero y poco más, sin dejar apenas huella arquitectónica en el país. Lo positivo, al menos, fue que se trató de un periodo de relativa paz y estabilidad económica.
En cambio, el gran legado que dejaron los romanos en la historia de Egipto, ya en el el siglo IV d.C, fue la legalización del Cristianismo, impulsada por el emperador Constantino I el Grande (año 313) y declarada oficial más tarde por otro emperador, Teodosio (año 380), quien también prohibió los cultos paganos, por lo que se cerraron todos los templos religiosos del Antiguo Egipto.
Era el espaldarazo definitivo para los coptos, palabra que literalmente significa “egipcios cristianos”, quienes hunden sus raíces en la evangelización del territorio por parte de San Marcos, muerto en Alejandría en el 68 d.C, ciudad de la que fue su primer obispo.
Dos fechas clave para el Imperio romano lo son también para la historia de Egipto. La primera, el año 395, cuando tras la muerte del emperador Teodosio el imperio se divide en dos: el de Occidente con capital en Roma y el de Oriente con capital en Constantinopla, también llamada Bizancio (hoy Estambul). Y la segunda, el año 476, cuando cae definitivamente el Imperio de Occidente, asolado por la crisis interna y las invasiones bárbaras.
En este contexto, Egipto queda definitivamente bajo control del Imperio romano de Oriente, es decir, el Imperio bizantino, heredero del romano aunque cada vez más diferente de sus estructuras y tradiciones. En el caso de Egipto, también va quedando en el olvido la cultura del Antiguo Egipto, incluida la lengua, que paulatinamente va derivando hasta convertirse en la lengua copta, usada en la liturgia cristiana.
En estos dos siglos y medio de la historia de Egipto, se mantiene una cierta paz y estabilidad, pese a las amenazas externas y a las disputas teológicas cristianas: el monofisismo consideraba que en Cristo sólo había una naturaleza (la divina) y el diofisismo defendía su dualidad (humana y divina, aunque unidas en un mismo ser). Esto dio lugar a una división clave, pues se mantiene hasta nuestros días: los primeros acabaron fundando la Iglesia copta (o Iglesia copta ortodoxa) y los segundos, la Iglesia ortodoxa de Alejandría. Para la fundación de la Iglesia católica copta, hoy minoritaria, hubo que esperar al siglo XVIII…
Pero uno de los aspectos más destacables de este periodo copto de la historia de Egipto, al menos para quienes visitan el país en la actualidad, es el surgimiento del monasticismo o monacato cristiano. Es decir, la adopción de una vida solitaria y ascética por personajes que luego se convirtieron en importantísimos santos para todo el Cristianismo, y que dieron lugar a dos grandes monasterios: el de San Antonio Abad y el de San Pablo en el desierto Arábigo. También cabe citar el monasterio de Santa Catalina en el Sinaí, con las reliquias del cuerpo de Catalina de Alejandría, aunque esta mártir nunca moró en este lugar. Todos estos lugares son hoy el destino de importantes viajes de peregrinación, que Egipto Exclusivo puede organizar para ti.
En ese clima de discordia religiosa irrumpió una nueva potencia conquistadora que, a la postre, ha sido la definitiva para la historia de Egipto: los árabes, que en el 639 (año 17 desde la Hégira) introdujeron el Islam de la mano de Úmar ibn al-Jattab (Ómar, suegro de Mahoma y segundo califa ortodoxo). Y lo hicieron en un clima de tolerancia religiosa, permitiendo las prácticas religiosas cristianas y judías, a cambio de impuestos especiales.
El país adoptó pronto la corriente suní y quedó bajo dominio del califato omeya de Damasco. Se cambió de moneda para adoptar el dinar (o dirham), se extendió progresivamente la lengua árabe a la mayor parte de la sociedad y se creó un campamento militar de nombre El Fustat, frente a una fortaleza romana en el Nilo, germen de la futura la ciudad de El Cairo.
Al dominio omeya le siguió el abbasí desde el 750 (el 128 desde la Hégira), cuyos mandatarios fueron protectores de la cultura, el comercio, y promovieron una mayor tolerancia religiosa. Mantuvieron el control de Egipto durante poco más de dos siglos, y sus dominios llegaron a extenderse desde lo que hoy es Argelia al oeste hasta los actuales Afganistán y Pakistán al este.
Pero a finales del siglo X, el califato fatimí, procedente del Magreb, supuso una ruptura con sus predecesores: conquistaron el país y protagonizaron un nuevo periodo de la historia de Egipto. Fundan definitivamente El Cairo, emplazamiento con un nombre revelador (significa La Victoriosa, en lengua árabe), en el antiguo campamento que ya era permanente, en la confluencia del Alto y el Bajo Egipto.
De corriente chií, mantuvieron la política de tolerancia religiosa, permitiendo incluso que cristianos, judíos y suníes alcanzaran puestos de responsabilidad en la Administración, si así lo valían. El califa Al-Hakim construyó la gran mezquita que lleva su nombre, y la ciudad de El Cairo se llenó de plazas, palacios y otras construcciones ambiciosas. En su momento álgido (principios del siglo XI), este califato llegó a dominar desde el Magreb al oeste hasta Siria al este. El Cairo era su capital y ya había superado a Bagdad, centro de poder del califato abasí.
A finales del siglo XII muere el último califa fatimí y con ello dio comienzo otra importante etapa de la historia de Egipto. El poder recayó de facto en Saladino (Al-Nasir Salah ad-Din), militar llegado desde Irak para imponer el orden perdido en los últimos años del califato fatimí. Devolvió Egipto al califato abasí, restableció la corriente suní, modernizó la Administración local, renovó el ejército, redujo impuestos, amplió fronteras y emprendió un programa constructivo cuyo mejor ejemplo es la ciudadela de El Cairo. Aquí ejerció de sultán de Egipto y su fama y respeto (e incluso miedo) llegaba a todos los extremos del mundo conocido, incluida Europa.
A su muerte, el país siguió estando dirigido por la casta guerrera, en este caso de mamelucos, que originariamente eran esclavos (su nombre significa “el que tiene amo”), que podían alcanzar su libertad con sus servicios militares, prosperando en la sociedad. Y llegaron a lo más alto, expandiendo aún más los límites territoriales de Egipto y sometiendo a sus vecinos. Sus dominios llegaban hasta Turquía, al norte, lo que garantizaba a Egipto una posición privilegiada como lugar de intermediación en el comercio internacional de las especias.
Esto propició uno de los periodos de mayor prosperidad en la historia de Egipto, de la que El Cairo salió beneficiado: se levantaron palacios y mezquitas en las que no se escatimaba en detalles, a menudo realizados en mármoles y piedras de colores. También construyeron edificios asistenciales, como hospitales, y centros educativos, como escuelas coránicas. Pero también hubo un lado oscuro: fue una época de luchas intestinas y extrema crueldad, especialmente cuando había sucesiones de por medio.
De ello se aprovechó el Imperio otomano, que tomó El Cairo en 1516, convirtiendo el país en una provincia relegada a un segundo plano. El motivo de ello hay que encontrarlo en dos hechos trascendentales para la historia universal, que también tuvo consecuencias para la historia de Egipto. El descubrimiento de América por Cristóbal Colón y el descubrimiento de la ruta marítima a la India por Vasco de Gama. El impacto de ambos hechos provocó que Egipto dejara de ser relevante como mediador en el comercio entre Oriente y Occidente, así que el país se replegó sobre sí mismo durante varios siglos.
A finales del siglo XVIII, Egipto seguía en su letargo, con una reciente restauración de los mamelucos en el poder pero sin peso en el panorama político internacional. Hasta que Napoleón puso sus miras en él, en su afán de convertirse en una suerte de Alejandro Magno moderno. Su ejército protagonizó una campaña en este país y en Siria, con importantes batallas de diferente signo: en 1798 venció a los mamelucos en la batalla de las Pirámides pero perdió contra los británicos en la batalla del Nilo.
Su aventura duró muy poco, si se compara con otros episodios de la historia de Egipto: apenas 3 años. Y se puede considerar un fracaso militar por no lograr su objetivo de expandirse por estas tierras, pero sí le reportó rédito en términos de imagen: mostró al mundo, y en particular a sus enemigos británicos, la ambición del ‘emperador de los franceses’.
Pero según los historiadores, el gran legado que dejó al mundo occidental aquella aventura napoleónica fue el resurgimiento del interés por el Antiguo Egipto, gracias a los textos descriptivos de los estudiosos que acompañaban al ejército francés en esta expedición. Y eso supuso el nacimiento de la Egiptología, que aún hoy sigue alimentando muchos de los viajes turísticos que se organizan a este país.
Otro de los personajes que propició el aumento del interés internacional por la historia de Egipto y por sus monumentos fue el sultán Mehmet Alí. Promovió viajes al país para estudiosos y miembros de las clases pudientes occidentales, y convirtió los vestigios del Antiguo Egipto en una auténtica atracción turística. A nivel político, gobernó durante prácticamente toda la primera mitad del siglo XIX, plantando cara incluso al Imperio otomano, que le reconoció en el poder.
Sus sucesores mantuvieron esta política aperturista hacia los extranjeros, llegando casi al arrodillamiento. El mejor ejemplo fue la construcción del Canal de Suez, que fue un hito para el comercio marítimo por unir las aguas del Mar Mediterráneo y el Mar Rojo. Y también lo debía ser para la historia del Egipto moderno, pero su resultado más inmediato fue la bancarrota de la economía egipcia… para suerte de Francia y, sobre todo, de Gran Bretaña, una potencia que fue aumentando su poder de influencia hasta convertir el país en un protectorado británico.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña veía en Egipto un lugar estratégico como campo de operaciones, aunque a la conclusión de esta contienda, los británicos aceptaron otorgar la independencia a Egipto, que adoptó la forma de reino con monarquía constitucional.
Reino Unido, en cambio, mantuvo una fuerte influencia en el país, y eso le sirvió para un fin similar en la Segunda Guerra Mundial: fue campo de batalla, en especial en El Alamein, en la costa mediterránea. En esa contienda, los británicos frenaron las intenciones nazis de conquistar el país, apoderarse del Canal de Suez y acercarse a su objetivo de dominar pozos petrolíferos en Oriente Próximo. Una victoria que aún sigue despertando gran interés y atrae a numerosos turistas a lugares como su enorme cementerio.
Pero el final de la Segunda Guerra Mundial no abrió un periodo de paz en la historia de Egipto. Al contrario: propició conflictos bélicos con su nuevo vecino, el Estado de Israel. El primero y más doloroso, la guerra árabe-israelí que, a su conclusión, generó en el pueblo egipcio un sentimiento de humillación por la derrota y de rabia contra sus gobernantes. Y ello tuvo como consecuencia la abdicación del último rey egipcio (Faruk) y el ascenso del carismático Gamal Abder Nasser, que a la postre fue el primer presidente de la República de Egipto, ya liberada de la influencia británica.
Como presidente, una de sus medidas más importantes fue la nacionalización del Canal de Suez en 1956, lo cual irritó a franceses y británicos, principales accionistas de la infraestructura, así como a israelíes, que veían perjudicados sus intereses en la zona. La decisión desencadenó una crisis bélica que, a su conclusión, afianzó a Nasser en el poder, pues consiguió su principal objetivo: mantener la nacionalización del canal.
Nasser, en cambio, no pudo evitar años después que Israel ocupara la Península del Sinaí como consecuencia de la Guerra de los Seis Días (1967), que fueron restituidos más tarde a Egipto en 1982 (ya con su sucesor Moḥamed Anwar al Sadat en el poder), como recogieron los Acuerdos de Paz de Camp David entre ambos países, auspiciados por Estados Unidos.
El mandato de Nasser incluyó grandes proyectos, siendo el más importante la construcción de la presa de Aswan para controlar las crecidas del río Nilo, con la consiguiente creación del Lago Nasser, junto a la frontera con Sudán. Pero su obra política va mucho más allá y resulta clave no sólo en la reciente historia de Egipto, sino también en la de sus vecinos: el alcance de esta figura traspasó fronteras, convirtiéndose en el impulsor del panarabismo, ideología que perseguía la unión de los pueblos y estados árabes.
Desde entonces, Egipto en mayor o menor medida, ha tratado de jugar un rol de centralidad en el mundo árabe, como puente necesario entre África, Oriente Próximo y Occidente, gracias no sólo a su ubicación geográfica sino también a su honda tradición cultural y a su estrecha relación con todos los países por su importante turismo internacional.
Ya en tiempos más recientes, Egipto sigue avanzando hacia la transparencia y la modernización de la economía y las instituciones, reclamados en ocasiones de manera atronadora por el pueblo. El mayor ejemplo de ello fueron las protestas de la Plaza Tahrir en El Cairo, que supuso la movilización más visible de la Primavera Árabe (2010-2012).
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