La religión egipcia es uno de los elementos centrales de la cultura del Antiguo Egipto. Estaba muy presente en la vida cotidiana de sus gentes, desde los más humildes estratos hasta las más altas esferas, como demostraron todos y cada uno de los faraones. Por ello, cuando visites con nosotros los monumentos y yacimientos arqueológicos más importantes de aquella época, te verás envuelto en aquel universo de creencias tan diferente al actual. Ese es precisamente uno de sus atractivos principales, y para poder apreciarlo adecuadamente te contamos las claves que debes conocer de antemano.
Lo primero que conviene destacar es que, pese a que utilizamos de forma genérica el término de ‘religión egipcia’, no se puede decir que hubiera un único conjunto de creencias: no fue homogéneo ni entre las diferentes regiones ni a lo largo de todos los periodos históricos que conformaron los más de 3.000 años de civilización egipcia. Al contrario, había importantes variaciones entre sí, dando amplio margen para la veneración de divinidades locales.
Esto último nos apunta otra característica clave de la religión egipcia: su politeísmo. Si bien muchas de las religiones actuales son monoteístas, como la mayorirtaria y oficial del Egipto actual (Islam) o la minoritaria en el país (Cristianismo copto), en la antigua religión egipcia existía un panteón formado por numerosas divinidades. Cada una de ellas era protectora de diferentes elementos de la naturaleza o de la vida cotidiana. Alguno de estos dioses podía tener la categoría de dios supremo o incluso de dios creador, un rango que variaba según el periodo histórico o la región en cuestión.
Esta enorme variedad de divinidades entre épocas y regiones propició otra de las características de la religión egipcia: su sincretismo. Es decir, la asimilación de unas divinidades con otras, dando lugar en ocasiones a dioses nuevos que mezclaban atributos de unos y otros.
Muy llamativas son también las formas de representar a los dioses de la religión egipcia por parte de sus creyentes. Lo solían hacer con forma de animal, con forma de ser humano o una mezcla de ambos, por lo general cuerpo de hombre y cabeza de animal u otros rasgos específicos, como alas y cuernos. Y eso dio como resultado creaciones repletas de imaginación e impacto visual, que todavía hoy siguen conmoviendo a quienes las contemplan.
Pero la religión egipcia no era una mera fábrica de dioses de apariencias inverosímiles para causar impacto visual en sus fieles. Al contrario, su conjunto de dogmas era realmente complejo y sus divinidades eran el vehículo perfecto para explicar el origen del universo, para guiar la vida de los creyentes y para propiciar su vida eterna en el más allá.
Como decíamos, uno de los grandes pilares de la religión egipcia fue la explicación del origen del universo (cosmogonía). En este aspecto tampoco hubo homogeneidad, pues se identifican al menos tres cosmogonías: las descubiertas en los santuarios de Heliópolis, Hermópolis y Menfis. No obstante, tenían varios aspectos en común: la creencia de que la vida surgió de las aguas del Caos (u Océano primordial), que la primera formación terrenal fue una colina primigenia y que en ese milagro participaron los dioses. Estas son, de forma resumida, las respectivas teorías:
Con un sentido parecido al de las cosmogonías están las tríadas: son grupos de tres dioses, formados por un dios padre, una diosa madre y un hijo, de modo que ahonda en la idea de nacimiento y Génesis de la vida, tan recurrente en la religión egipcia. Una idea que, por cierto, podría haber influido en el concepto de Santísima Trinidad del Cristianismo, según algunos autores.
Tuvieron gran vigencia durante prácticamente toda la historia de esta civilización, y ello se incluye la época grecorromana, momento en el que se construyen mammisi (pequeños templos dedicados al nacimiento divino situados cerca o en la órbita de otros más grandes). Estas son las tríadas más importantes de la religión egipcia:
Si las cosmogonías explicaban, de una u otra manera, el origen del Universo, las divinidades surgidas de dicho origen guiaban y protegían las vidas de sus creyentes durante la existencia terrenal. Estaban muy presentes en el día a día de los antiguos egipcios por medio de rituales, ofrendas y otros actos de veneración. Y cada uno ocupaba un lugar específico en la maat u orden divino, con funciones concretas para el mantenimiento de la armonía general y con capacidad para influir en los eventos naturales y en las vidas humanas.
Es importante decir que los dioses que veremos a continuación no eran independientes, sino que interactuaban entre sí dando lugar a sucesos y leyendas para explicar sus roles y los fenómenos de la naturaleza. Todo ello dio lugar a la mitología de la religión egipcia, de gran riqueza, que se ha ido reconstruyendo gracias a los textos funerarios, a los himnos devocionales recitados por los fieles y a los escritos de griegos y romanos que entraron en contacto directo con la civilización egipcia.
A continuación enumeramos por orden alfabético las principales divinidades de la religión egipcia. En cualquier caso, la lista completa del panteón de dioses es muy extensa, con un número que varía según las asimilaciones que se admitan. Por ejemplo, sólo en el Juicio de Osiris se pueden contabilizar más de 40 dioses participantes en él, que se trata de un mito clave de la religión egipcia y que explicamos al final de la página.
A menudo presentan diferentes interpretaciones según la región o el periodo histórico, o incluso asimilaciones como consecuencia del sincretismo antes mencionado. Por ello, también hacemos mención a las más importantes variaciones, dentro de cada caso.
Además de todos los dioses enumerados, en la religión egipcia había otros personajes sobrenaturales que formaban parte de los mitos, y eran importantes para darles sentido. Por ejemplo, Ammut, que se encargaba de devorar el corazón de los fallecidos que no habían sido puros en su vida, siendo representado en un cuerpo que combinaba el león, el cocodrilo y el hipopótamo.
Una mención especial merecen también las esfinges, seres mitológicos indisolublemente ligados a la religión egipcia (aunque también hay otras versiones en culturas antiguas). En este caso, se trataba de criaturas formadas por un cuerpo de león recostado con cabeza humana, a menudo identificada con la del faraón. Pero dentro del arquetipo de esfinges hay variaciones, pues a partir del Imperio Medio, también la melena y las orejas eran propias de león, dejando sólo el rostro de faraón. En cualquier caso, su función mágica era la protección de templos o lugares sagrados, siendo una de las más famosas la Gran Esfinge de Giza, junto a las famosas Pirámides, que podría representar al faraón Kefrén.
Como hemos visto, hay algunos símbolos muy presentes en la religión egipcia en los que conviene detenerse, pues los verás muy a menudo en los templos o en los Libros de los Muertos que se exponen en los museos y que explicamos más abajo.
Un elemento común a toda la religión egipcia es el templo: era el eje de la sociedad, el epicentro de todos los asentamientos, desde las grandes ciudades hasta los pequeños poblamientos. De hecho, no sólo tenía fines religiosos, sino también administrativos, médicos y educativos. Una función social que, en definitiva, también reciben o recibieron otros lugares sagrados en religiones posteriores, como las catedrales cristianas o las mezquitas musulmanas.
Sin embargo, hay una diferencia radical entre los templos egipcios y los de otras religiones como las mencionadas: en su interior no se congregaban los fieles, sino que se trataba de un espacio al que sólo podían acceder los faraones o los sacerdotes, como sustitutos de éstos en la intermediación con los dioses. Los fieles, por su parte, debían conformarse con acceder a las salas hipóstilas o a los peristilos a cielo abierto. Para una explicación más técnica y artística sobre los templos de la religión egipcia, puedes visitar la página dedicada a la arquitectura en el Antiguo Egipto.
Por ello, los miembros del clero ocupaban una posición muy importante dentro de la civilización egipcia. Su labor era, entre otras muchas cosas, honrar diariamente a la divinidad que ejercía de patrono en dicho templo, con ofrendas a la imagen de este, que se emplazaba en el santuario interior. Normalmente era una estatua que, según la creencia de la religión egipcia, albergaba el ba o alma de dicho dios.
Estos sacerdotes formaban parte de un cuerpo muy jerarquizado, con asistentes para completar todas las tareas y en el que había espacio para las mujeres. Además, los cargos se heredaban de padres a hijos, manteniendo un gran hermetismo en sus prácticas y saberes. Algunos de estos sacerdotes estaban especializados en diferentes funciones, como los encargados de los ritos funerarios o la observación de las estrellas para la toma de determinadas decisiones.
Relacionado con ello están los oráculos, que tuvieron mucha presencia en la religión egipcia, especialmente a partir del Imperio Nuevo. Y eran también los sacerdotes quienes se encargaban de preguntar a la divinidad sobre cuestiones de todo tipo: desde temas de gobierno a dudas más cotidianas. E interpretaban como respuesta señales tan diferentes como los movimientos de una barca, por ejemplo. Estas intercesiones se solían realizar en el templo, pero también había recintos sagrados dedicados más específicamente a esta labor. El más famoso, sin duda, es el Oráculo de Amón en Siwa, que llegó a ser consultado incluso por Alejandro Magno.
Algunas de estas consultas se realizaban en grandes rituales y festividades oficiales, aunque estos eventos podían tener otros muchos objetivos, como la celebración del ascenso al trono de un nuevo faraón. Algunos de estos festejos eran realmente multitudinarios, como el de Opet, que tenía lugar en el templo de Karnak, mediante el cual se sacaba en procesión sobre una barca a los dioses Amón-Ra, Mut y Jonsu (la tríada tebana). En cambio, los rituales cotidianos y matutinos se realizaban de manera mucho más recogida y sólo por los sacerdotes y asistentes.
La religión egipcia no sólo se limitó a formular el ‘antes’ y el ‘durante’, sino también el ‘después’ de la vida terrenal. De hecho, la muerte era considerada una fase natural del ciclo existencial, una transición entre la terrenal y la del más allá. Según esta creencia, con la muerte se producía la separación entre el cuerpo y los componentes inmateriales de la personalidad (ba o alma y ka o energía vital).
Y aunque estos componentes se dispersaban por el cosmos, podían llegar a regenerarse eternamente manteniendo su integridad, siempre y cuando se cumpliera un requisito indispensable: que la parte corruptible de ese ente (es decir, el cuerpo del difunto) permaneciera intacta.
Por tanto, ese es el sentido de la momificación de los cuerpos, otra de las características más peculiares de la religión egipcia. Un elemento que algunos expertos llaman ‘cortina mágica’ para acceder a la vida eterna, que tendría su extensión en el sarcófago mismo. No obstante, el ritual incluía otros muchos aspectos, como una cuidadosa preparación del cuerpo del difunto mediante la desecación, la extracción de las vísceras y el embalsamado, entre otras tareas.
En las tumbas de los difuntos, además, se depositaban objetos muy variados a modo de ajuar funerario. En algunos casos porque se tenía la certeza de que el fallecido los iba a necesitar en el más allá. Y en otros casos porque se quería que funcionaran como amuletos protectores. Cuanto mayor era el rango del difunto, mayor riqueza presentaba su ajuar.
Una de las manifestaciones religiosas, literarias y artísticas más fascinantes del Antiguo Egipto es El Libro de los Muertos. Se trataba de un texto sobre papiro ricamente decorado con imágenes que tenía como misión la de ayudar a los difuntos a alcanzar la vida eterna, que se disfrutaba en los campos de Aaru (versión del Paraíso en la religión egipcia).
Su origen está en los textos escritos sobre las paredes de las pirámides y en los sarcófagos, ya desde el Imperio Antiguo, en el tercer milenio a.C. Se componen de sortilegios que guían al difunto, le avisan y protegen de fuerzas oscuras, le presentan ante los dioses y otras muchas misiones. Para una explicación más detallada sobre su estructura y estilo, puedes visitar la página dedicada a la escritura egipcia.
El Libro de los Muertos está estrechamente relacionado, por tanto, con el Juicio de Osiris, uno de los mitos más importantes de la religión egipcia. En él se dictaminaba quién alcanzaba la vida eterna y quién debía afrontar su ‘segunda’ y definitiva muerte (la de ser devorado por Ammyt).
Y se hacía mediante el pesaje directo en una balanza. En un platillo se emplazaba una pluma de Maat (diosa de la Verdad y la Justicia) y en el otro, el corazón del difunto, que había sido extraído por el dios Anubis. En ese momento, un jurado de dioses formulaba preguntas al difunto sobre su conducta terrenal y, en función de sus respuestas, el corazón se agrandaba o se encogía, aumentando o disminuyendo de peso. Y sólo si a la conclusión del interrogatorio el corazón resultaba más ligero que la pluma de Maat, sus componentes inmateriales (ka y ba) podían unirse con la momia y acceder a los campos de Aaru.
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