Como ya sabrás si te gusta viajar y, sobre todo, visitar museos, para saborear mejor el arte hay que entender sus claves. De lo contrario, la obra que tendrás ante tus ojos será sólo una mezcla de colores y formas sin ningún valor especial. Y el arte del Egipto Antiguo no es una excepción. Al contrario: para poder admirar sus excepcionales piezas artísticas conviene conocer sus secretos: qué representan, por qué en ese estilo, cuál era su contexto, etc.
A ello te ayudamos en esta página dedicada al arte en Egipto, donde repasamos las principales características de las artes visuales (pintura, relieve, escultura, cerámica) puesto que a la arquitectura le dedicamos una página independiente, dada su importancia. Como suelen decir los propios artistas, ‘educa tu ojo’ antes de emprender tu viaje y ponte en manos de nuestra agencia para descubrir las mejores piezas artísticas de una civilización sin igual. ¡Quedarás fascinado!
La primera premisa que debes tener siempre presente sobre el arte del Egipto Antiguo es que estaba al servicio de la religión. Prácticamente toda la producción artística de aquella civilización tenía el objetivo de agradar e invocar a los dioses. También buscaba ayudar a que los difuntos alcanzaran la vida eterna en el más allá, por los motivos que te explicamos pormenorizadamente en la página dedicada a la religión egipcia.
En este sentido, la temática más habitual en el arte de Egipto es la representación de los dioses y de los faraones, además de las criaturas sobrenaturales que formaban parte del imaginario de aquella religión, como las esfinges y los animales que a menudo simbolizaban a esas divinidades. En cambio, los elementos del medio ambiente que aparecían (plantas, accidentes geográficos, etc.) no lo hacían para representar un paisaje en sí mismo, sino para dar forma y sentido a la escena mitológica en cuestión. Y todo ello solía disponerse en los lugares más sagrados, como eran los templos y los recintos funerarios, principalmente.
Otra de las características más importantes del arte de Egipto es el uso de algunos cánones que se mantuvieron casi invariables durante los más de tres milenios que duró aquella civilización antigua. Como veremos en los apartados dedicados a la pintura, el relieve y la escultura, se trataba de convenciones a la hora de representar la figura humana y los atributos sobrenaturales ligados a ella, pues la mayoría de las figuras pintadas o labradas se referían a dioses o faraones divinizados.
También se puede destacar la gran variedad de materiales empleados en las disciplinas del arte en Egipto. Unos materiales que en muchas ocasiones tenían un valor elevadísimo, que se empleaban por ser proyectos promovidos por el faraón y por vincularse directamente con el bien más buscado en esta civilización: alcanzar la vida eterna en el más allá. Algunos ejemplos que se pueden citar son el marfil para pequeñas piezas de ajuar funerario, la cuarcita en las esculturas o la malaquita y el lapislázuli para obtener los pigmentos en las pinturas. Y por supuesto, el oro, metal predilecto de los faraones en trabajos artísticos como máscaras funerarias o joyería.
Por desgracia, muchas de las obras maestras del arte están en otros países del mundo, en museos como el Británico de Londres, el Egipcio de Berlín o el Louvre de París. Sin embargo, mencionarlas nos servirá para comprender mejor las características y el sentido del arte de Egipto, pues aquí se conservan aún piezas de incalculable valor, ya sea en museos o en el lugar original para el que se concibió.
Aunque el sentido del arte del Egipto Antiguo era esencialmente uno (el religioso-funerario), se podía manifestar de diferentes formas. Los artistas de aquella civilización dominaron las principales disciplinas plásticas, que desarrollamos a continuación: la pintura, la escultura (bajorrelieve, altorrelieve o de bulto redondo), a lo que añadiremos la cerámica como forma de expresión más cotidiana.
Una de las disciplinas más destacadas del arte en Egipto fue la pintura, que alcanzó un gran desarrollo técnico, pues no hay que perder de vista que estamos hablando de obras realizadas hace tres o cuatro milenios, en algunos casos. Esto es especialmente destacable en la pintura mural, que bien se puede considerar un precedente de la pintura al fresco empleada muchos siglos después.
El mejor ejemplo de este virtuosismo técnico lo encontramos en la elaboración de los pigmentos: las mezclas utilizadas ofrecían unos resultados de altísima calidad, especialmente en lo que a durabilidad se refiere, a lo que han ayudado también las condiciones estables (temperatura y humedad) de sus lugares de ubicación, a menudo bajo tierra o dentro de la roca. De lo contrario, no se hubieran conservado en tan buenas condiciones durante miles de años.
Los antiguos pintores egipcios obtenían sus pigmentos de la propia naturaleza, en especial de tierras de diferente tonalidad, que disolvían en agua tras mezclarlas con barro. Y los aglutinaban con huevo y cola, entre otras opciones, siendo así unos dignos iniciadores en la técnica del temple. Se aplicaba, por ejemplo, en los sarcófagos, mientras que para la pintura mural se empleaba el fresco, trasladando los pigmentos a la capa de yeso. Otro soporte predilecto en esta disciplina de arte en Egipto eran los papiros, por ejemplo para los Libros de los Muertos.
La materia prima para obtener estos pigmentos era local, de modo que los artistas contaban con evidentes limitaciones para obtener tonalidades. Disponían principalmente de seis:
Además de estos seis colores fundamentales, se obtenían algunos otros por medio de determinadas mezclas. Pero a pesar de contar con una paleta cromática reducida, el poder visual y simbólico de los colores compensaba con creces esa limitación. Y esa es precisamente una de las grandes peculiaridades del arte de Egipto.
Buen ejemplo de ello son las diferentes tonalidades de piel que podían adoptar las divinidades, que hacían referencia a sus poderes: el verde solía hacer mención a la fertilidad agrícola, como en Osiris, y el azul aludía al carácter cósmico o celeste de su correspondiente deidad, como en el caso de Amón. En cambio, el blanco se usaba como símbolo de pureza, por ejemplo a la hora de representar a momias.
El negro, por su parte, transmitía la idea de noche y muerte, aunque más bien como antesala de la resurrección, por lo que no solía tener una connotación negativa. Por último, el rojo era utilizado para mostrar las ideas de sangre y vida, y se empleaba para la piel de figuras humanas masculinas. Y el amarillo, símbolo del sol y de la eternidad, se empleaba normalmente sobre los cuerpos humanos femeninos.
Otra de las características que asociamos rápidamente al arte en el Egipto Antiguo, especialmente en la pintura, es su original canon para representar la figura humana, también conocido como ‘canon de perfil’. Recibe este nombre porque los artistas combinaban unas partes del cuerpo de lado y otras de frente. En concreto, solía seguir el siguiente esquema:
Se podría pensar que este canon de perfil era una muestra de incapacidad por parte del artista. Pero lo cierto es que, como en cualquier otro elemento del arte de Egipto, esta norma esconde un carácter simbólico-religioso, aplicado principalmente a los seres terrenales con aspiraciones de eternidad en el más allá (faraones y difuntos en general). Según sus creencias religiosas, el dibujo de un difunto lo invocaba directamente en el más allá, en una suerte de comunicación directa con él. Por tanto, se buscaba que el difunto mostrara en todo momento lo más importante de su ba o alma, que no era otra cosa que su mirada interior (alojada en el ojo) y su corazón (alojado en el torso).
Además, las figuras y los elementos de la escena son siempre planos, es decir, carecen de volumen y están en dos dimensiones, sin representar fielmente la profundidad espacial. No obstante, para expresar la idea de lejanía o profundidad, se suele recurrir a la superposición de perfiles, de tal manera que las figuras más alejadas sobresalen en altura y aparecen tapadas parcialmente por la figura más cercana.
En cuanto a las proporciones de las figuras, se aprecia a menudo un orden jerárquico expresado en el tamaño: el faraón, por ejemplo, adopta unas dimensiones más grandes que el resto de personajes humanos representados, salvo que se trate de la mencionada norma espacial de superposición de perfiles.
Este canon de perfil y estas convenciones espaciales se mantuvieron en vigor en el arte de Egipto durante más de tres milenios, desde sus fases más tempranas. Y sólo fue obviado desde el siglo I d.C, bajo dominación romana, que importó en cierta medida sus propios cánones artísticos.
No obstante, esta ruptura de cánones bajo dominio romano propició la aparición de un género trascendental no sólo para la Historia del Arte de Egipto, sino para la Historia del Arte Universal: el retrato. Hablamos de los fascinantes retratos de El Fayum, encontrados en la necrópolis de Hawara, cerca del oasis de El Fayum, aunque hoy se encuentran en el Museo del Louvre de París. En estos enterramientos, sobre la parte correspondiente a la cabeza del sarcófago, se pintaron retratos de un naturalismo sorprendente, digno de las mejores obras del Renacimiento italiano, en una clara intención de mostrar con realismo a la momia alojada en su interior.
La escultura es una de las disciplinas más importantes del arte del Egipto Antiguo y está aún más vinculada a la arquitectura, ya se trate de altorrelieve (los motivos sobresalen mucho de la superficie de fondo, hasta convertirse casi en una escultura exenta o de bulto redondo) o bajorrelieve (los motivos sobresalen poco de la superficie de fondo).
El bajorrelieve se puede considerar una forma de expresión a medio camino entre la pintura y la escultura. De esta última toma sus materiales, principalmente rocas de muy diversa naturaleza (arenisca, limolita, piedra caliza, pizarra, etc.) y las técnicas para trabajar la piedra, aunque no sólo se empleó ese material. Pero sin duda tiene más afinidad con la pintura, de la que toma sus principales características: el canon de perfil, el orden jerárquico de las figuras según su tamaño, la ausencia de profundidad, etc.
Todo ello se puede ver, por ejemplo, en la Paleta de Narmer (Museo Egipcio de El Cairo), placa de pizarra gran valor no sólo para el arte de Egipto sino también para su historia política: es considerada por muchos como el hito fundacional del Imperio Antiguo, donde un mismo rey (Narmer) porta las coronas del Bajo Egipto y del Alto Egipto.
Además, estos bajorrelieves solían estar policromados, como si de una pintura mural se tratara. Se situaban a menudo en las paredes de las construcciones, en especial, en los templos, constituyendo en algunos casos su atractivo principal. Los pilonos daban una espectacular bienvenida a los fieles gracias a sus extraordinarios bajorrelieves de gran tamaño y vistosidad. Y a ello contribuían también los obeliscos, completamente decorados con esta técnica. En espacios interiores, también era muy habitual labrar programas iconográficos, por ejemplo en las columnas de las salas hípetras o en las de las salas hipóstilas. Y por supuesto, en el santuario, que era una de las partes más profusamente decoradas, tanto con grabados como con pinturas murales.
En estos espacios, tienen enorme importancia los jeroglíficos, como en todas las disciplinas del arte de Egipto. Aparecían labrados o tallados en la superficie, ocupando a menudo todo el espacio entre las figuras, en una suerte de horror vacui que deja al visitante boquiabierto con solo contemplarlos. Para más detalles sobre los jeroglíficos, puedes visitar la página de Escritura en Egipto.
Por último, se pueden considerar auténticos trabajos escultóricos las paletas de cosméticos, hechas en madera de primera calidad y otros materiales ligeros. En estos artículos se depositaban determinados productos para la belleza y el cuidado corporal y podían integrar a figuras humanas de gran valor artístico, con los cánones propios del bajorrelieve.
Un aspecto diferente tiene, como es lógico, la escultura de bulto redondo, así como los grandes altorrelieves: en ellos, la representación de la figura es tridimensional en sí misma, a diferencia de las dos dimensiones de la pintura y de los bajorrelieves. Sin embargo, a pesar de que estas obras permiten una visión más amplia, de 360º en las esculturas de bulto redondo, conviene decir que primó siempre la ley de la frontalidad. Es decir, las obras estaban concebidas para ser vistas desde el frente, de modo que el canon de perfil deja de tener sentido aquí.
Otro de los rasgos inconfundibles de la escultura y, en general, de todo el arte en Egipto es el hieratismo. Con este término se hace mención al gesto solemne, rígido e inexpresivo de los personajes. Y se hace así como señal de respeto y divinización, en el caso de los faraones. Uno de los ejemplos más espectaculares y famosos es el grupo escultórico del rey Micerino, flanqueado por los dioses Hathor y Hardai, ubicado en el Museo Egipcio de El Cairo.
Se aprecian igualmente otras características y cánones iconográficos que se repiten a lo largo de los diferentes periodos del arte de Egipto. Por ejemplo, se observa una mayor fidelidad con el natural a la hora de representar la figura humana, aunque de una manera idealizada en el caso de los faraones. En el caso de otros protagonistas, como cortesanos, el realismo es más marcado, sin apenas disimulos ni idealización.
En este tipo de obras se muestran, mejor que ningún otro objeto de arte de Egipto, los cánones iconográficos para representar a los faraones. Las estatuas e incluso las máscaras funerarias y sarcófagos nos cautivan, por ejemplo, con el clásico nemes: tocado de tela anudado a la espalda, que en muchos casos se hacen de oro y lapislázuli. También permite apreciar mejor los ureos: cobra erguida a la altura de la frente que representa la protección de la diosa Uadyet. O la prominente barba (postiza, por cierto) para identificarse con el dios Osiris. O su collar usej, empleado como talismán como invocación del dios Hathor.
El mencionado naturalismo idealizado denotaba el gran dominio de la técnica por parte de los artistas del Antiguo Egipto, que trabajaban piedras de muy diferente dureza y calidades, con acabados pulidos de gran perfección. Algunas de las rocas empleadas en este tipo de esculturas eran la diorita, el granito o el basalto, pero también otros materiales como el marfil y, por supuesto el oro, además del bronce, a veces dorado. Y eso demostraba los buenos conocimientos en metalurgia de los escultores y orfebres egipcios. También hay piezas en plata, lo cual se explica por una efectiva red de comercio para dotarse de este material.
En cuanto a las tipologías, son muy habituales las figuras de cuerpo entero: en el caso de los faraones, de pie o sentados en un trono. Y en el caso de los escribas, es habitual representarles sentados sobre el suelo, con piernas flexionadas. También son famosos los bustos, en especial de las reinas. El ejemplo más universal es el de Nefertiti, esposa de Akhenaton, que hoy se encuentra en el Museo Egipcio de Berlín. Nos permite entender que la idealización también alcanzaba a las mujeres, en este caso con una marcada estilización del cuello, aunque este rasgo tan particular se puede atribuir a otras convenciones estilísticas propias del llamado Periodo de Amarna (Imperio Nuevo), un paréntesis revolucionario en la religión pero también en el arte de Egipto.
Mención especial merecen las esculturas de tamaño colosal, en muchos monumentos repartidos por el país. Es muy habitual ver así a las esfinges, de dimensiones gigantescas, asociadas a templos o recintos funerarios, como la de Giza. Pero también representando a faraones divinizados, como es el caso de Ramsés II en Abu Simbel.
Por último, cabe destacar las pequeñas estatuillas presentes en tumbas, en ocasiones para representar a la figura del difunto pero también la de divinidades o personajes mitológicos que pudieran dar apoyo y fuerza al fallecido en el más allá, como los ushebti que explicamos más abajo. El marfil, los minerales de características especiales o los metales preciosos eran muy empleados en esta función. Lo mismo que en collares y joyas, a modo de amuleto en muchos casos.
Otro soporte que también supuso un válido vehículo para el arte en Egipto fue la cerámica. Además, se empleó desde los primeros tiempos de esta civilización, pues hay interesantes producciones ya en la época predinástica (periodos Naqada).
De hecho, la alfarería fue un trabajo muy común en la sociedad egipcia y los artículos elaborados tenían diferentes funciones, que iban desde lo cotidiano a lo funerario y religioso. En el día a día, los objetos cerámicos se empleaban para tareas como cocinar, conservar alimentos o contener perfumes, entre otros muchos, decorados a menudo con sencillas formas geométricas o figuras esquemáticas.
Pero las obras de mayor valor son precisamente las funerarias, pues se emplazaban en las junto a las tumbas para proporcionar diferentes servicios al difunto en el más allá. En este sentido, se elaboraban piezas esmaltadas con barniz, con partes recubiertas con oro en algunos casos. El alabastro o el marfil también eran materiales empleados como complemento, en esta y en otras disciplinas del arte de Egipto.
Destacan especialmente los vasos canopos, unos recipientes destinados a contener las vísceras del difunto, que debían ser lavadas, embalsamadas y preservadas para que el fallecido pudiera alcanzar la vida eterna en el más allá, donde se unirían en un todo unitario junto a su cuerpo adecuadamente preservado (momia) y sus entes inmateriales (ba y ka). Al comienzo se decoraban simplemente con inscripciones jeroglíficas, cerrándose con una losa. Pero ya en el Imperio Nuevo, las tapas adoptaron la forma de la cabeza del difunto y, a finales de este periodo, de la cabeza de la divinidad protectora.
La cerámica funeraria nos ha legado otras obras maestras del arte del Egipto Antiguo. Y aquí podemos mencionar los ushebti, cuyo significado es ‘los que responden a las llamadas’, pues se situaban junto a la tumba del difunto para trabajar para él en el más allá. Era habitual emplear en ellos la fayenza, un tipo de cerámica vidriada de gran finura, que podía dejar acabados muy vistosos en colores como el ocre o el azul en diferentes tonalidades (verdoso y celeste). No obstante, estos ushebti también podían realizarse en otros materiales no cerámicos, como la madera o el lapislázuli.
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