Pocos artistas encarnan mejor el arte romántico que lo que hizo David Roberts en Egipto. Este pintor y grabador británico recorrió el país a mediados del siglo XIX, en pleno boom de la Egiptología del momento. En este post viajamos con este creador que, con sus imágenes, contribuyó a divulgar el interés y la pasión por este país, precisamente en una época en la que se estaba abriendo de par en par al resto del mundo, cuyos viajeros más avezados ansiaban por descubrirlo a fondo.
David Roberts y su contexto en Egipto
David Roberts, tras viajar por el sur de España e inmortalizar la Andalucía de aquel entonces, se propuso ir más allá y adentrarse en el país de los faraones, algo que hizo desde 1838. Para entonces, Jean-François Champollion había ya descifrado los jeroglíficos gracias a su estudio de la Piedra de Rosetta y Egipto, controlado por el Imperio otomano, empezaba a vislumbrar una apertura al mundo, tanto en forma de viajeros como de inversores.
Roberts supo comprender el interés creciente que despertaba Egipto y sus ruinas, que no sólo interesaban a los cazatesoros de antigüedades, sino también a la nueva burguesía interesada en decorar sus casas y oficinas con imágenes evocadoras del país de los faraones.
El artista escocés destacó por sus obras en técnica de acuarela, pero también dominaba la de la litografía, que le permitía una reproducción fácil de sus dibujos y, de esa manera, una fuente de ingresos recurrente y considerable. El resultado fue su obra maestra, Tierra Santa, Siria, Idumea, Arabia, Egipto y Nubia, que es un extraordinario diario de viaje y un magnífico conjunto de 250 litografías basadas en lo que vieron sus ojos durante su viaje por Oriente Próximo. Y de todo ese periplo, fue Egipto el territorio que probablemente más le deslumbró, pues fue al que más litografías dedicó.
Litografías de David Roberts en Egipto
Son cerca de 140 las litografías que Roberts compuso sobre diferentes paisajes de lo que hoy es Egipto, desde la Península del Sinaí hasta El Cairo. Su estilo tiene muestras claras de dibujo preciso y virtuoso, con composiciones equilibradas y armónicas. Los protagonistas de ellas, ya sean monumentos o personas, tienen la autenticidad del folclore y la evocación de lo decrépito y humilde. Todo en su justa medida, alcanzando así una belleza basada en lo exótico, lo lejano y lo pasado, como eran tan del gusto del Romanticismo.
Además de todo ello, las litografías de Tierra Santa, Siria, Idumea, Arabia, Egipto y Nubia suponen documentos gráficos de auténtica excepción pues, si bien hay una cierta idealización romántica en los paisajes, también se puede reconocer una cierta fidelidad histórica en cada escena. De esa manera, el espectador queda sorprendido al comprobar lo sepultada que estaba la Gran Esfinge de Giza, que en aquel entonces apenas dejaba ver su cabeza. O el aspecto solitario y místico del monasterio de Santa Catalina y el ascenso al Monte Sinaí.
Además, gracias a que su viaje alcanzó Nubia, ahora podemos contemplar el aspecto que tuvo esta región y sus monumentos antes de la crecida del Nilo tras la construcción de la Presa de Asuán, que dio como resultado el Lago Nasser: Abu Simbel y el templo de Isis en Philae en su emplazamiento original, o incluso los templos que Egipto regaló a sus aliados internacionales, como el de Debod (hoy en Madrid) o el de Dendur (hoy en el Museo Metropolitano de Nueva York).
Por esa belleza mezclada con la historia y el viaje, todavía hoy se siguen reproduciendo y vendiendo litografías de esta obra maestra del arte y el mundo de los viajes, que tocan el corazón de muchos, sobre todo de aquellos que, como Roberts, también han contemplado de cerca los grandes monumentos del Antiguo Egipto.
Imagen: dominio público. Berger Collection: id #154 (Denver, Colorado)