Principales aportaciones de las dinastías en el Cairo islámico

Vale la pena conocer las aportaciones de las principales dinastías en el Cairo islámico, por ser este barrio (y sus inmediaciones ) la zona que mayor desarrollo adquirió desde la conquista árabe. Y es que desde la llegada y conquista de los árabes en Egipto (año 639 del calendario occidental, 17 de la Hégira), se sucedieron diferentes dinastías de religión musulmana en el país. A ojos de un viajero no versado en la materia, la arquitectura y el arte pueden parecer similares en todos esos periodos, pero si nos profundizamos un poco, entenderemos las diferencias.

Primeras aportaciones (perdidas): omeyas y abasíes

Las dos primeras dinastías que contribuyeron de alguna manera en El Cairo fueron los omeyas y los abasíes. Los primeros eran la dinastía reinante con capital en Damasco y, en pleno expansionismo musulmán, fundaron al-Fustat, el campamento militar que se considera origen del Cairo actual… y del que nada queda. Los abasíes fueron sus sucesores, trasladando la capital del califato a Bagdad y ampliando el asentamiento del Fustat hasta convertirlo en definitivo.

Tuluníes, los primeros egipcios independientes

La dinastía tuluní sucedió a la abasí en Egipto y, pese a tener una corta duración y no ser tan famosa como otras, resulta muy importante por dos motivos. El primero, porque declaró su independencia con respecto al califato abasí. Y el segundo, porque la mezquita más antigua que se conserva en la ciudad (siglo IX) fue erigida precisamente en este tiempo: la de Ibn Tulum, fundador de la dinastía. Su arquitectura es más sobria y sencilla que la de épocas posteriores, pero llama la atención por su clara influencia de las construcciones musulmanas primitivas, como sus arcos y cúpulas y, sobre todo, su singular minarete de forma helicoidal, inspirado en el famoso alminar de la Gran Mezquita de Samarra.

Fatimíes: chiíes claves para la ciudad

En el siglo X comenzó otro periodo clave para El Cairo: la irrupción de la dinastía fatimí, de credo chiita. Fue la que dio el nombre actual a la ciudad (Al-Qahira, que significa ‘la victoria’), ampliándola enormemente como recinto real, militar y administrativo. Fue un califato de enorme influencia, rivalizando con el abasí de Bagdad y el omeya de Córdoba. Su mezquita del Al-Azhar es probablemente la más famosa e importante de su tiempo, pero debido a sucesivas ampliaciones y modificaciones, son pocos los elementos originales de este periodo, con la excepción del bello patio porticado con arcos apuntados. Por ello, se puede decir que la gran aportación de esta dinastía fue la mezquita de Al-Hakim, especialmente porque conserva los minaretes más antiguos de la ciudad, robustos, independientes y en ladrillo.

Ayubíes: el legado de Saladino

Tras la dinastía fatimí, que concluyó con inestabilidad social, llegaron los ayubíes, quienes restablecieron el orden. En especial, el caudillo Saladino, de origen kurdo. Su vigencia fue breve (apenas 80 años entre los siglos XII y XIII), pero tanto él como sus sucesores construyeron uno de los principales monumentos de la ciudad: la Ciudadela sobre las colinas de Mokattam, que fue el principal centro de poder y administración a partir de entonces, obra maestra de la arquitectura defensiva, con la mente puesta en la amenaza de los cruzados.

Mamelucos: casta militar que embelleció la ciudad

Desde mediados del siglo XIII, quedó como dinastía reinante la mameluca, cuyo origen era una casta militar local. A ellos se deben muchísimos trabajos de ampliación y embellecimiento de la ciudad, tanto en edificios religiosos como civiles. Más allá de las muchas obras en mezquitas, se pueden destacar las madrasas de Al-Nasir Muhammad y del Sultán Qaytbay, repletas de refinamiento, así como la construcción del bazar Jan el-Jalili, auténtico epicentro comercial de  la ciudad desde el siglo XIV y símbolo de ese Cairo que llegó a su cénit con esta dinastía.

Otomanos: relegada pero monumental

Tras la conquista otomana de 1516, Egipto pasó a ser una provincia de aquel imperio, cayendo a un cierto segundo plano. Pero por paradójico que parezca, la huella otomana es muy palpable, pues el estilo en boga en Estambul y el resto de Turquía caló hondo aquí, sobre todo con la proliferación de minaretes esbeltos y afilados, o con mezquitas construidas de cero, como la famosa de Alabastro en la Ciudadela, de tiempos de Mehmet Alí (siglo XIX).

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